DEMOCRACIA EN EE.UU: LAS ELECCIONES 2020

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POR ABRAHAM F. LOWENTHAL

A pesar de todas las posturas, las elecciones de 2020 en los Estados Unidos parecen casi resueltas, faltando solo detalles formales. Los desafíos legales presentados por el presidente Trump y sus seguidores tienen más que ver con manejos propios del ego de Trump, con el mantenimiento de la movilización entre sus afines y con maniobras de los republicanos por el liderazgo en el partido, que con cambiar realmente los resultados.

Con el 99% de los votos escrutados, Joe Biden ha sido elegido por un margen de más de 5,6 millones de votos, el 3,6% del electorado, y por un margen mayor en el Colegio Electoral que muchos presidentes recientes, pero no ha ganado el mandato en el Congreso. Los demócratas conservan una escasa mayoría en la Cámara de Representantes, pero perdieron varios escaños. Han ganado un escaño en el Senado, y quedan dos escaños de Georgia por determinar en las elecciones de segunda vuelta; necesitarían ganar ambos para hacerse con el control del Senado, algo poco probable pero de ningún modo imposible.

La mayoría de los encuestadores y gran cantidad de analistas previeron un rechazo más decisivo al presidente Trump, pero incluso esta estrecha victoria augura cambios sustanciales en las políticas públicas de Estados Unidos y en la naturaleza y tono del enfoque del gobierno federal: en cuanto a la pandemia, la ciencia y el conocimiento en general, las pólizas de salud, las políticas económicas, educativas y de inmigración, el cambio climático, los asuntos de política exterior y otros temas.

Más de 151 millones de personas -65% del electorado- votaron, la tasa de participación más alta desde 1900. El margen de voto popular de Biden fue más alto que en varias elecciones recientes, aunque eso casi se explica sólo por el resultado en California. Su victoria fue posible, principalmente, gracias a un desplazamiento entre votantes suburbanos, especialmente mujeres blancas con educación universitaria en los estados del norte del medio oeste (Michigan, Wisconsin y Minnesota), Pennsylvania, Arizona y Georgia; estos dos últimos, bastiones republicanos desde hace mucho tiempo, donde la demografía y las realidades económicas abrieron gradualmente el camino para la estrecha victoria demócrata.

Biden obtuvo un apoyo abrumador entre los votantes afroamericanos, aunque Trump ganó algo de terreno entre votantes hombres afroamericanos. El apoyo a Trump aumentó en el sector de los votantes latinos en Florida (principalmente cubano-americanos, venezolanos-americanos y colombo-americanos) y en Texas, (especialmente a lo largo de la frontera con México), pero los votantes latinos en otras partes del país, que provienen principalmente de México y Centroamérica, continuaron votando por los demócratas a una tasa superior al 60%. Biden lideró significativamente entre los votantes jóvenes y los mayores de 65 años.

El apoyo a Trump aumentó en el sector de los votantes latinos en Florida (principalmente cubano-americanos, venezolanos-americanos y colombo-americanos) y en Texas, (especialmente a lo largo de la frontera con México), pero los votantes latinos en otras partes del país, que provienen principalmente de México y Centroamérica, continuaron votando por los demócratas a una tasa superior al 60%.

Trump obtuvo más votos populares que cualquier candidato presidencial anterior. Atrajo una gran participación de todo el país en distritos rurales, con votantes blancos, mayormente evangélicos y con poca educación superior, que son el centro de su base de apoyo. Que Trump se haya desempeñado tan bien al lograr expandir los votos desde esta base, a pesar de significativas características personales que vulneran las normas prevalecientes en Estados Unidos así como de su incapacidad para brindar beneficios materiales tangibles a la mayoría de la clase media-baja, rural y urbana, muestra que una gran fracción del electorado estadounidense permanece profundamente marginada de la política convencional, de las élites costeras y urbanas y del Partido Demócrata. El sólido desempeño electoral de Trump a pesar de la feroz pandemia, su flagrante mala gestión de la campaña para controlarla y la recesión económica resultante, no debe pasarse por alto.

La victoria de Biden también ha sido significativa. Ganó en todos los estados que ganó Hillary Clinton; recuperó Michigan, Wisconsin y Pennsylvania; y se abrió paso con las victorias en Arizona y Georgia. Supo mantener hábilmente el apoyo del ala progresista del Partido Demócrata (Sanders, Warren, Ocasio-Cortez, et al) incluso mientras se desvinculaba de varias propuestas concretas que había presentado, mitigando así las acusaciones republicanas de que sería controlado por elementos "socialistas" del partido.

El atractivo de Biden se debe en gran medida al contraste entre su carácter y atributos personales y los de Trump, incluidos su compromiso con la moderación, la cooperación bipartidista y la construcción de consenso centrista. Sin embargo, estados que algunos analistas y agentes políticos pensaban que estaban listos para volverse demócratas (como Texas, Carolina del Norte, Florida y Ohio) mantuvieron un firme control republicano, en gran parte debido al escepticismo hacia el ala progresista de los demócratas.

En 2016, la elección de Donald Trump reflejó una creciente desconfianza hacia los políticos por parte de los votantes de clase media baja y menos educados que temían por la globalización y la automatización, y que estaban resentidos por los avances sociales, económicos y culturales de los inmigrantes, las mujeres, los estadounidenses LGBT, los profesionales en ascenso y los tecnócratas. Esos votantes vieron en tales sectores una amenaza que reducía sus propias oportunidades de mejora y que revivía su nostalgia por ese país que existió antes de principios de la década de 1960. Ninguno de estos motivos para desconfiar de la élite política y del Partido Demócrata y sus diversos elementos disminuyó durante los años de persistente obstrucción entre el Congreso y los presidentes Obama y Trump.

Por tanto, la democracia en los Estados Unidos se enfrenta hoy a una población profundamente dividida, que opone a quienes en general lo están haciendo bien, quienes tienen la esperanza de garantizar mayor progreso mediante la idónea aplicación de políticas públicas incluso en circunstancias difíciles como las actuales, contra quienes están apartados del establishment, del gobierno y las "identidades políticas", y son pesimistas sobre su propio futuro y el del país.

La elección de Joe Biden ofrece la oportunidad de abordar esta división fundamental. Esto requerirá actitudes, políticas y enfoques efectivos, empáticos y, si es posible, bipartidistas. Esto será mucho más difícil que derrotar a Donald Trump en un referéndum electoral, pero es el desafío central que tiene por delante la democracia estadounidense.

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Abraham F. Lowenthal, profesor emérito de la Universidad del Sur de California, fue director fundador del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson Center, del Diálogo Interamericano (Inter-American Dialogue) y el Consejo del Pacífico/ Política Internacional.

This article was originally published by Clarin.

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